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País de extranjeros

“(…) El exilio y la soledad acompañan al que se va y al que se queda. Y cuanto más solo está el que se queda, tan extranjero es como el que se va”.

Tres maletas que intentan resumir 32 años de vida, frases que buscan justificar lo que nos cuesta entender, de apaciguar lo que incomoda al alma. “El futuro de los hijos”, “la vida primero”, “es para mejor”, “vendrán tiempos mejores”.


La madrugada nos recibe abrumadora con el clásico Cruz Diez y una larga cola (que a la postre será una de las últimas que haríamos) para obtener esos pases de salida para partir con rumbo a lo incierto, a lo desconocido, a lo nuevo que genera expectativas pero a la vez representa un enorme temor. Nos ha llegado lo que nunca imaginamos, la palabra exilio se hace ahora parte de nuestras vidas, de lo cotidiano.


Diego me mira con la inocencia de los 6 meses, tratando de encontrar quien sabe qué en los ojos de papá. Camila sólo imagina que va a otro paseo, que será una salida más a conocer y que pronto estará en su casa, con sus muñecas, con sus abuelos y sus amigos del colegio. Los miro, y recuerdo que no hay tiempo para fracturas internas. Volteo por la ventanilla del avión y Maiquetía comienza verse cada vez más pequeña, “algún día” pienso de manera dispersa, y luego antes de perder las costas de Vargas de mi vista completo la frase “algún día espero volver a verte, tierra y patria mía”.


Ya han pasado dos años desde aquel día en el que huir con rumbo a lo incierto fue la única solución para tratar de encontrar la vida que creemos nuestros hijos merecen. Pero fue hace poco que tropecé con una frase que me dejó pensativo por varios días. La misma decía: “duro es el exilio cuando los que te hacían reír a carcajadas están a países y continentes de distancia. Se envejece rápido siendo extranjero. El exilio y la soledad acompañan al que se va y al que se queda. Y cuanto más solo está el que se queda, tan extranjero es como el que se va”.


Y en ese proceso los que se van se enfrentan a distintas y peculiares experiencias que van desde lo cultural, que pasa por el idioma, la alimentación, las costumbres y las luchas internas por adaptarte al país que te abre los brazos sin olvidar lo que has sido por tantos años. Y es eso lo que trataremos de resumir en las próximas entregas, ese periplo que hace al exilio voluntario o involuntario una de las aventuras más grandes de nuestras vidas...


Por lo pronto comparto con ustedes una reflexión que me ha dejado el paso por varias ciudades, al menos diez trabajos diferentes y los acostumbrados cigarrillos al final de cada jornada...


Con el tiempo, cuando sales de Venezuela por la razón que sea, vas perdiendo el miedo. Con el tiempo se desvanecen los temores de una sociedad que va en franca decadencia por razones que todos conocemos y no vale la pena enumerar, pero a la vez van apareciendo otros como el miedo a olvidar: olvidar lo que un día fuimos, lo que podemos llegar a ser como país, olvidar tus costumbres, tus calles, tus amigos, sus sonrisas, tus vivencias, recuerdos y buenos momentos, miedo a que un día como dice la frase “todos seamos extranjeros”, y el miedo al más grande de todos: volver algún día a Venezuela (si es que puedes) y descubrir que ya queda poco o nada que buscar allá o que no puedas mantener en tus hijos ese amor por la tierra que tu nunca podrás abandonar.


Nos vemos por ahí, compañeros de esta aventura que llamamos exilio.

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